Editorial

Aludir a la ética cuando se habla de Fisioterapia no es precisamente poner una pica en Flandes ni querer descubrir el Mediterráneo. Esta profesión, como todas las demás, ha de atenerse, en su ejercicio diario, a una serie de condicionamientos deontológicos que le sean propios y, en cualquier caso, siempre habrá una ética general cuyos principios le serán aplicables, lo mismo que a toda actividad humana.

Hemos de reconocer que abordar esta cuestión de la ética aplicada a nuestro ejercicio profesional concreto puede presentar una importante serie de inconvenientes si, de buenas a primeras, queremos llegar a definiciones precisas que la decanten en el global de la ética sanitaria. Las lindes no son tan fácilmente trazables y, de hecho, hay muchos conceptos que son comunes a todas las direcciones del ejercicio profesional de la salud y no tienen por qué ser asignados de manera exclusiva y excluyente a tal o cual dirección, dentro del contexto sanitario general.

Pero creemos que no hay que contentarse con asumir, renunciando de plano a descender a concreciones privativas de la Fisioterapia, el esquema ético general de la sanidad. Para eso nos quedamos con el juramento hipocrático —que sigue siendo válido— y tan contentos.

No. La Fisioterapia plantea, sin duda, algunos retos éticos propios. Y éstos son los que habremos de intentar fijar y describir, aun a sabiendas de que, por mucho que queramos, el tema no quedará agotado y habrá que confiar al trabajo futuro el intento de tocar fondo en Una cuestión que, por otro lado, con el devenir del tiempo y la evolución de las cosas, podrá parecer cada vez más y más inagotable.

Éste es, pues, un tema difícil, tal vez porque está todavía poco hecho y, en cierta manera, hay que crearlo. Es posible que concluido el mapa autonómico de nuestros colegios profesionales, la tarea se haga más fácil, desde el punto en que entonces será posible partir de algún esquema de ideas nacido del consenso y materializado en cláusulas estatutarias. Mientras tanto, podemos pecar de imprecisos y huérfanos de perfiles abarcables.

La ética nos va a exigir, ante todo, que asumamos la realidad tangible y personal del paciente, que es un ser que acude a nosotros con la aspiración de curarse. Y curarse, en este caso, significa nada más y nada menos que recuperar totalmente o en parte la autonomía perdida, con lo que eso puede significar en la futura calidad de vida del enfermo.

Vendrá, ante todo, con su bagaje de prevenciones y de miedos. Y la primera tarea será, con toda seguridad, la de ayudarle a aliviar esa carga, empezando por instaurar en su entorno un clima de sosiego y serenidad. Mejor diríamos que de normalidad. En ese primer tiempo del trabajo habrá de encuadrarse la perspectiva exacta del problema, que es la que nos ayudará a dimensionar limitaciones y posibilidades y a orillar, desde el primer momento, todo el dolor evitable.

Después de esa consideración de arranque, no hay que perder de vista una realidad, muy característica en nuestro caso, de la relación profesional-paciente: la de su duración. En la mayoría de las situaciones, la convivencia y el contacto entre el profesional de la Fisioterapia y su enfermo serán especialmente prolongados, con una duración superior a la media de la que suelen mantener otros profesionales de la salud con sus pacientes.

Esta circunstancia favorecerá, sin duda, el logro de los objetivos del conjunto de las prestaciones asistenciales. No sólo porque el tiempo es, aquí, factor «técnico» básico —ya que el proceso de recuperación sólo es viable a través de la reiteración de actos que pueden prolongarse por semanas, por meses y hasta por años—, sino también porque permitirá que se ahonde en una intercomunicación profesional-paciente, que puede jugar un papel decisivo en la correcta evolución y en la feliz desembocadura del proceso de curación.

A este respecto, importa que subrayemos que, en la intercomunicación a que nos referimos, es fundamental la flexibilidad del profesional de la Fisioterapia en el trato individualizado con los enfermos. Cada enfermo es un ser por sí mismo, con sus ideas sobre las cosas, sus prejuicios, sus convicciones o sus no convicciones, su grado de tolerancia, su nivel cultural, sus condicionantes sociales y hasta sus pequeñas o grandes vanidades. El profesional de la Fisioterapia no lo tendrá fácil a la hora de ponerse «a la altura» de cada uno. Pero es muy importante que sea capaz de hacerlo, Y cuanto antes mejor, en bien de la salud del paciente y en aras de su propia aspiración a sentirse «realizado» en el ejercicio de su profesión, o, si se quiere, en el seguimiento de su vocación.

Se considera que el código de ética es una característica esencial para una profesión, y que proporciona el medio de autorregulación profesional. Elaborar y seguir un código propio indica que los profesionales aceptan la responsabilidad que les corresponde y que son capaces de responder a la confianza que les ha otorgado la sociedad.

Éstas son algunas ideas que señalan el camino por el que discurre nuestra reflexión, sobre una cuestión tan honda, tan poco explorada y tan trascendente como es ésta del sentido ético en el ejercicio de nuestra profesión.

JUAN JOSÉ GÓMEZ LÓPEZ
Consejo de redacción