Editorial

Con esta primavera tan revuelta climatológicamente, nos ha llegado el final del curso 97-98 sin apenas darnos cuenta de que, en realidad, nos ha alcanzado ya el verano; y está claro que a estas alturas del curso, en las Escuelas Universitarias de Fisioterapia de toda España, una nueva promoción de fisioterapeutas está a punto de abandonar las aulas y de adentrarse en el amplio y difícil mundo laboral que le está esperando.

Estos nuevos fisioterapeutas quizás no sean conscientes de que, al conseguir su Diplomatura en Fisioterapia, adquieren al mismo tiempo un punto decisivo de inflexión en su trayectoria vital, porque cierran, en cierto modo, la etapa formativa académica (y digo en cierto modo porque creo en la necesidad de una formación de postgrado permanente, que permita asumir un quehacer profesional con una más ancha perspectiva científica de la Fisioterapia).

Pues bien, en este punto decisivo, me gustaría que estos todavía alumnos al escribir estas líneas aceptaran una invitación a reflexionar, es más, les «exigiría» que me acompañaran durante unos minutos para compartir algunas reflexiones, fundamentadas en una serie larga de ideas, que no me puedo resistir a haceros partícipes de las mismas, si bien de forma resumida, entre otras razones porque creo que me incumbe cierta obligación moral de hacerlo.

En el ejercicio de nuestra profesión es el hombre (la persona) en su totalidad el que nos interesa; por tanto, en el trabajo que nos espera debemos saber cubrir todos los frentes: las limitaciones o estado físico, el psíquico, el social, el emocional y, me atrevería a decir, que hasta el espiritual. Tal vez puedan parecer excesivos frentes, pero debemos entender que si no los cubrimos todos, sólo andaremos la mitad del camino, por anchos y profundos que sean nuestros conocimientos científicos y por muy depurados y «en punta» que se consideren nuestros procedimientos de tratamiento.

Es muy importante que no perdamos de vista el gran trasfondo humanista de nuestra profesión, que hace del diálogo un instrumento insustituible de trabajo. Pero, en Fisioterapia, dialogar no es sólo hablar, hay otro diálogo en nuestra profesión que es tan importante o más que el de las palabras. Se trata del diálogo de las manos. No podremos cumplir nuestra misión si nuestras manos no entran en profundo diálogo con la anatomía del enfermo, paciente o usuario.

Soy consciente que de este diálogo de las manos se han dicho y escrito muchas cosas, pero considero oportuno hacer uso aquí de algunas de las palabras pronunciadas en la catedral de la Almudena de Madrid, en noviembre de 1994, cuando se celebraba el vigesimoquinto aniversario de la Asociación Española de Fisioterapeutas, palabras que, considero, deben ser una máxima constante en nuestra vida profesional, tanto para las antiguas generaciones, a quienes hago extensiva la invitación a reflexionar, como para los fisioterapeutas noveles. Más o menos decía así: «Desde la más antigua medicina, las manos son el mejor instrumento terapéutico de que dispone el hombre.» En efecto, en el campo de la Fisioterapia actual, sin desechar todos los avances técnicos, mecánicos, etc., tenemos que seguir admitiendo la absoluta vigencia de los modelos terapéuticos manuales, ya que las manos son como una prolongación de lo más íntimo de nuestro ser y representan una admirable fusión del cuerpo y el espíritu.

Juan José Gómez López
Consejo de Redacción