Editorial

El camino humano que se inicia en el recién nacido, se consuma o acaba en la autoafirmación, como parte esencial del hombre. El hombre que duda de sí, se queda a medio camino de sí mismo; podemos decir que, en buena parte, no llega realmente a ser; no se realiza como hombre completo. El que duda de sí, de su valer, capacidad, dignidad o derecho, es como si se estuviese negando a sí mismo.

Detrás de esta negación de sí mismo, existen unos sentimientos de inseguridad, de inferioridad, miedo…

Según los resultados de unas recientes investigaciones entre universitarios, los estudiantes libres de estos sentimientos apenas alcanzan el 20 %.

Muchas y variadísimas son las causas que pueden suscitar estos sentimientos; pero, desde luego, todas relacionadas con el fracaso. Fracaso en la educación, relaciones familiares e interpersonales.

Es evidente que todo ello nos lleva a distorsionar la realidad tanto social como profesional y nos encontramos con una competitividad descarnada con el fin de conseguir éxitos, evidentemente exentos de felicidad.

Lo opuesto sería la aceptación tranquila y serena de nosotros mismos. Esto nos llevaría a encontrar el éxito en la dignidad personal y profesional.

Al plantearnos el perfil de Fisioterapeuta que queremos para el tercer milenio, tenemos que optar por un profesional formado de una manera integral, que sea consciente de su valía y originalidad como persona; con unos conocimientos científicos (Bio-Psico-Social) de la persona y experimentado en técnicas fisioterapéuticas que le permitan desarrollar una atención globalizada, creativa y eficaz del paciente.

MIGUEL SEGOVIA MORÁN
Profesor del Área de Fisioterapia de la Universidad de Sevilla