Editorial

La función asistencial de la Fisioterapia en estos últimos años ha experimentado muchos cambios. Pero quizá, uno de los más significativos ha sido el grado de responsabilidad que ha adquirido el paciente en su propio proceso de prevención y curación de la enfermedad. Este aspecto tan significativo en el cometido de paciente, se justifica y desarrolla dentro de un contexto social donde la formación y la información son aspectos especialmente relevantes en la vida cotidiana. En una parte importante de nuestra actividad asistencial, la actitud activa y protagonista de los pacientes influye definitivamente en la consecución de los objetivos que nos hayamos planteado y, ésto, determina la adherencia terapéutica. Este concepto implica al paciente de forma extraordinaria (siempre que sus características físicas en relación a la etiología del proceso mórbido y la fase del mismo lo permitan), ya que puede ser definido como la coincidencia entre el comportamiento de una persona y los consejos sobre salud o prescripciones que haya recibido.

Hace dos años, empecé a trabajar con Blanca, una niña con artritis reumatoide juvenil. Hoy, hemos recibido una grata noticia del Área de Cirugía del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla: Blanca se encuentra en condiciones físicas de asumir una serie de intervenciones quirúrgicas que comenzarán a realizarse en el mes de Junio. Éste es el premio para una niña que ha sido capaz de desarrollar un proceso de adherencia terapéutica del que soy testigo semana tras semana. Su capacidad de trabajo, su compromiso personal con el tratamiento y su increíble colaboración, han sido, para mí, ejemplo y estímulo diarios. Blanca, con su corta edad, es un elemento activo de un proceso terapéutico largo y difícil.

Pero, sin duda alguna, este cambio de actitud ha afectado especialmente a la función docente en Fisioterapia. En la enseñanza tradicional, el profesor ha tenido de forma exclusiva la responsabilidad de proporcionar unilateralmente conocimientos y, como no, mantener un grado de disciplina en clase. Así mismo, el alumno, también tradicionalmente, se consideraba un mero receptor pasivo de la información. En la actualidad, las funciones correspondientes a los docentes y discentes han cambiado de forma abismal. El proceso de enseñanza-aprendizaje es un contínuus dinámico en el que el profesor debe, no sólo transmitir conocimientos, sino enseñar a integrarlos y «enseñar a aprender»; en consecuencia, el alumno adquiere mayor protagonismo en la enseñanza, asumiendo responsabilidades en su formación. El profesor debe actuar como asesor de contenidos, fomentando que los discentes consulten y trabajen con diferentes fuentes de información.

Así mismo, este profesor activo debe gestionar los materiales empleados en clase, proponiendo modos de trabajo sobre ellos. Igualmente, debe aconsejar a los alumnos sobre el acceso a materiales disponibles en otras fuentes. También, debe ser un elemento organizador dinámico que motive a los alumnos y les ofrezca recursos para confiar en su capacidad de aprendizaje. Cada aprendiz es un ser individual con distintos recursos y necesidades de aprendizaje, por ello, el profesor debe considerar, en la medida de lo posible, esta multiplicidad. Pero, en la enseñanza universitaria, que es la que corresponde a nuestra disciplina, desarrollar procesos de enseñanza-aprendizaje con estas características es bastante complicado. Poner en práctica esta filosofía de trabajo, fomentando el interés, la ilusión y la responsabilidad en el aprendizaje es tarea difícil cuando en el alumno existen presiones internas (exigencias personales respecto a la obligación de cumplir unos objetivos de aprendizaje en un tiempo limitado) y externas (presión paterna, económica, social, profesional…). Así, los profesores nos encontramos con la disyuntiva de querer enseñar dentro de un proceso de feedback en el que los alumnos participen en su formación y la actitud que ellos manifiestan cuando, dentro de los tres años de pregrado de nuestra disciplina, debido a las presiones que anteriormente comentaba, desean disponer de un conjunto de apuntes que el profesor les facilite, de forma que se limitan a «memorizar entendiendo» (en el mejor de los casos) unos contenidos que les permita aprobar un examen. Esta actitud es perfectamente comprensible, pero, va en detrimento de la filosofía de enseñanza-aprendizaje en la que muchos profesores confiamos, ya que, cuando se es partícipe activo de cursos de posgrado, observas cómo la actitud de los alumnos es considerablemente distinta.

Los profesores tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestros alumnos y hacerles copartícipes de su aprendizaje.

Estos nuevos papeles a desempeñar, el de alumno y el de paciente, que se están desarrollando respectivamente dentro de las funciones docentes y asistenciales de la Fisioterapia, determinan, de forma significativa, las estrategias de actuación de nuestra disciplina en el siglo xxl.

RAQUEL CHILLÓN MARTÍNEZ
Profesora Asociada Área de Fisioterapia